Ataques de pánico
Se define un ataque de pánico
como un momento de intenso miedo y angustia, que se presenta acompañado de una
serie de síntomas físicos y cognitivos. Generalmente estos ataques se disparan
por causa de un agente activador (llamado “disparador”), el cual se presenta
súbitamente y crea un estado de ansiedad
y confusión casi instantáneo.
Aqui tenemos las clases de
ataques de pánico:
ESPONTANEOS: aparecen sin advertencias en cualquier momento del
día, incluso durante el sueño, sin un desencadenante aparente. En muchas
maneras, esta es la forma más atemorizante de los ataques, ya que suceden sin
advertencia alguna, y quienes las sufren no pueden siquiera intentar
racionalizarlas o relacionarlas a un temor específico. La naturaleza aleatoria
de estos ataques hace que a menudo sean confundidos con ataques cardiacos.
ESPECIFICOS: se presentan ante situaciónes o lugares específicos.
Quien los sufre nunca tiene un ataque al estar ausentes estas condiciones, y se
libera totalmente de los síntomas cuando está en ambientes cómodos para él o
ella – por ejemplo: en su casa, a solas, o con amigos de confianza. Esto puede
tener un efecto debilitante, ya que quienes los sufren pueden encontrarse
haciendo demasiado para evitar estos disparadores, a menudo sufriendo grandes
inconvenientes tanto para ellos como para sus seres queridos.
PREDISPUESTOS POR SITUACIONES: se observan cuando quienes los
sufren notan experimentarlos más frecuentemente en determinadas situaciones.
Por ejemplo, al viajar en colectivos o trenes. La persona puede no tener un
temor o una fobia específica respecto del transporte público, ni tampoco los
ataques ocurren siempre que estas personas aborden un tren, pero las
probabilidades de que sí sufran ataques en esa determinada situación son por
mucho mayores a las normales.
La respuesta de alarma natural de nuestro cerebro
Cuando nuestro cerebro percibe un
peligro, automáticamente dispara una respuesta de alarma conocida como de “huir
o pelear”. Lo que hace es preparar al organismo para huir de la amenaza o si
esto no es posible, para pelear y salvar nuestra vida.
La función de alarma produce un
aumento de actividad de diversas funciones corporales como aumento en la
presión arterial, intensificación del metabolismo celular, incremento de
glucosa en la sangre, aumento en la coagulación sanguínea e incluso un aumento
en la actividad mental. De igual manera la sangre se va a los músculos mayores,
principalmente a las piernas, para tener suficiente energía para escapar si es
necesario. El corazón comienza a trabajar a una velocidad muy por encima de lo
habitual, llevando rápidamente hormonas como la adrenalina a todo el cuerpo y a
los músculos. El sistema inmunológico se detiene, así como todas las funciones
no esenciales en el cuerpo, para prepararlo para lo que venga: la huida o la
pelea.
Ataques de pánico o ataques de ansiedad: cómo inican
En algunas personas esta alarma
se activa sin ninguna razón aparente. Cuando esto sucede, se da lo que se
conoce como un ataque de pánico o ataque de ansiedad.
Durante un ataque de pánico, se
dispara la alarma, la persona comienza a sentir todas las reacciones
fisiológicas primitivas de huir o pelear, e inmediatamente vienen a la mente
imágenes catastróficas. Cuando esto sucede, la persona percibe una confirmación
de que sus síntomas iniciales eran de hecho indicadores de un peligro serio.
Una sensación de peligro extremo invade a la persona, con lo cual el sistema de
alarma vuelve a reaccionar desencadenando la respuesta de miedo, volviéndose
así un círculo vicioso que paraliza a la persona, y cuando esto sucede podemos
hablar ya de estar viveindo un ataque de pánico o ataque de ansiedad.
Evolución de un Ataque de Pánico o Ataque de Ansiedad
El siguiente esquema muestra paso
a paso el desenvolvimiento de un ataque de pánico, y cómo es que se convierte
en un círculo vicioso:
1. Algo detona el sistema de
alarma en nuestro cerebro. Puede ser un factor externo o interno. Generalmente
no estamos conscientes de este detonador, y no nos percatamos de todo lo que
está sucediendo en nuestro organismo sino hasta el punto No. 3.
2. Al detonarse el sistema de
alarma, comienzan a darse los cambios físicos en nuestro cuerpo, preparándose
para “huir o pelear”. Estos cambios son el aumento de adrenalina, aumento en la
frecuencia cardiaca, aumento de la temperatura corporal, la sangre se va a los
músculos de brazos y piernas lo que puede causar una sensación de hormigueo,
etc. Recordemos que hasta este punto, todo está sucediendo de manera
automática, y no nos hemos percatado de ello.
3. En este punto es donde
percibimos por primera vez algo raro en nosotros. Comenzamos a darnos cuenta de
que el corazón late más rápido, sudamos, hay cierto nerviosismo, y estas
sensaciones hacen que pongamos toda nuestra atención a lo que nos está pasando
y lo que estamos sintiendo. Ponemos toda nuestra atención en el miedo, en las
sensaciones del cuerpo y entonces es cuando pasamos al punto 4.
4. Al percibir todo esto,
comenzamos a interpretarlo. El problema es que lo interpretamos con
pensamientos catastróficos como “me está dando un infarto”, “me voy a morir”,
“me voy a desmayar”, “nadie me va a ayudar”, “este es el fin”, etc… Al tener
este tipo de pensamientos, es prácticamente inevitable que se de el paso No. 5.
5. Pánico. Antes, cuando se
disparó la alarma, el organismo se preparó ante una supuesta amenaza, y si,
existe un cierto grado de miedo que es normal y necesario para la “pelea”. Pero
en este punto ya entramos a lo que es el pánico, donde ya perdemos el control
de nosotros mismos, de nuestras decisiones y de nuestro actuar. Este pánico se
convierte entonces en un nuevo detonador, por lo que aumentan las
palpitaciones, aumenta la sudoración, aumenta el hormigueo, probablemente
aparecen incluso otras sensaciones físicas como mareo o debilidad en las
piernas. Nos percatamos de esto y confirmamos nuestros pensamientos
catastróficos, con lo que aumenta el pánico y así se convierte en un círculo
vicioso en el que el mismo miedo es el que genera más miedo.
Lo más importante a tener en
cuenta es que aunque no se sabe exactamente cual fue el detonador inicial que
desencadenó el ataque de ansiedad, lo cierto es que el peligro que nuestro
cerebro está “percibiendo” no es real. Es decir no existe realmente una amenaza
ahí afuera, y en realidad estamos a salvo. Nadie se ha muerto nunca de un
ataque de pánico, aunque si pueden ser muy intensos y desagradables. Pero es
muy importante estar consciente de lo que nos está pasando, para que cuando se
presente, podamos estar tranquilos de que no nos está dando un infarto, sino
saber que solamente es un ataque de ansiedad, y dejar que pase.
EL PRIMER ATAQUE DE PANICO
Estas tan tranquilo, ocupándote
de tus asuntos. Lo siguiente que recuerdas es que todos esos síntomas te
atacaron de repente, sin razón aparente. Y como las personas generalmente
queremos explicar lo que nos pasa, buscamos explicaciones. Pero no encontramos
nada en el entorno. Si te acabaras de encontrar con un animal salvaje
entenderías porque estás tan asustado y simplemente lo dejarías pasar. Pero no
ves ninguna explicación. A las personas no nos gusta no tener explicaciones.
Así que, las inventamos : “me estoy muriendo, volviendo loco, me pasa algo
malo…..”
Este es el tipo de hipótesis que
hacemos y lo hacemos basándonos en los síntomas que experimentamos. Y resulta
ser una explicación muy razonable, dadas las circunstancias.
Lo que ocurre es que es falsa.
El ataque de pánico no hace ni
significa ninguna de esas cosas. Es más, la mayoría de las personas continúa
pensando que un ataque de pánico les matará o hará que se vuelvan locos después
de haber experimentado varios ataques sin que ninguno de ellos haya provocado
ninguna de esas cosas. Simplemente no nos tranquiliza el hecho de que los
ataques de pánico no nos hayan matado ni vuelto loco.
Un ataque de pánico es cíclico.
Siempre sigue es mismo patrón. Mucha gente piensa que no sigue ningún patrón,
dicen cosas como, “es irracional”, “no tiene ningún sentido”… Aunque es cierto
que el miedo en el ataque de pánico es irracional (entendiendo irracional como
que no va a pasar lo que tememos), el patrón que sigue un ataque de pánico es
predecible y regular.
Siempre empieza con un estímulo
interno : alguno de los síntomas mencionados antes (una sensación física, un
pensamiento atemorizante, una emoción o una conducta como aguantar la
respiración).
Después viene una reacción
refleja en la que se siguen experimentando esos síntomas iniciales junto con
otros. Si sientes mareo probablemente tensarás ciertos músculos haciendo que
esa sensación continúe y produzca otros síntomas. Luego te recordarás a tí mismo
de forma consciente o inconsciente(es decir dándote cuenta o no de que lo estás
haciendo) lo que eso significa, la explicación que diste. Y esa interpretación
generará aún más reacción refleja (tal vez aceleración cardíaca) lo que de
nuevo provocará más interpretación. Estas dos reacciones se alimentan una a
otra y llevan al ataque de pánico.
El ataque de pánico termina
porque todo termina. Esto ocurrirá independientemente de lo que hagas. Con
independencia de que hagas todo lo posible por calmarte o todo lo posible por
ponerte más nervioso. Que el ataque de pánico termine no depende de ti. Así que
termina y el ciclo continua, y sientes alivio, cansancio, tristeza y tal vez
otras emociones.
LA TRAMPA
Los síntomas físicos del ataque
de pánico no son más que el sistema de alerta de emergencias del cuerpo. Son
las mismas respuestas automáticas y sofisticadas que el cuerpo usa para avisar
de una emergencia y proporcionar energía para responder a ella.
Nuestro cuerpo es una especie
modelo antiguo. Cuando fue diseñado el principal peligro con el que teníamos
que enfrentarnos eran los grandes depredadores que nos buscaban como alimento.
Y aunque el mundo ha cambiado mucho desde entonces, nuestro cuerpo sigue
respondiendo al peligro de la misma manera, de tres maneras para ser más
exactos : luchar, huir o paralizarse.
¿De cual de ellas en concreto?
Dependerá de las circunstancias. Si el enemigo es pequeño, luchar es
probablemente una buena idea. Si es grande pero lento, huir puede estar bien.
Pero si es grande y rápido, paralizarse puede ser más efectivo.
Si piensas en los síntomas del
ataque de pánico podrás apreciar su valor para la supervivencia en situaciones
de peligro. El impulso de huir es útil frente a una amenaza. El aumento de la
presión sanguínea hace que más energía esté disponible. El aumento de
adrenalina motiva la acción. El sudor enfría el cuerpo….
Así que, lejos de indicar que
algo va mal, esos síntomas son respuestas muy sofisticadas para protegernos.
Son la prueba de que el cuerpo funciona bien.
Solo hay un problema.
No hay ningún depredador.
No hay peligro de ningún tipo. El
cuerpo tuvo la sensación de que había una emergencia y puso en marcha la
respuesta..
Es un poco como tener un perro
como vigilante que ladra en el momento equivocado, cuando pasan niños delante
de la casa. Quieres que el perro esté alerta y que ladre cuando entre un ladrón
pero también quieres que sea capaz de distinguir un ladrón de unos niños. El
perro necesita entrenamiento.
El perro ve niños y los toma por
ladrones. Tu sientes malestar y lo tomas por peligro. Igual que el perro
también tú (en concreto tu amígdala) necesitas entrenamiento para distinguir
malestar de peligro.
Cuando tienes una ataque de
pánico el miedo que experimentas es auténtico. No está en tu cabeza, no, está
en tu respiración, en tus músculos, en tu corazón… La mayoría de las personas
tienden a asumir que si se siente miedo es porque hay un peligro. Esto es
probablemente cierto en la mayoría de las ocasiones pero no siempre.
Las respuestas de “lucha contra
el peligro” te ayudarán siempre que haya un peligro real. Pero si se dispara en
ausencia de peligro, se pone a tu disposición toda esa cantidad de energía y
nada contra lo que usarla, entonces lo sientes como pánico.
Cuando “te tragas” que hay un
peligro y reaccionas en consecuencia, haces todas esas cosas que generan aun
más malestar. Te resistes en lugar de dejar pasar (aceptar),huyes en lugar de
esperar, tensas en lugar de relajar, aguantas la respiración en lugar de
respirar cómodamente….
¿Has probado a evitar o poner fin
a un ataque de pánico distrayéndote, pensando en otra cosa? La mayoría de las
personas si lo han hecho, piensan cosas como “si no pienso en ello, no me dará
el ataque”. Aunque esto ayuda a veces, claramente no es la solución.
Curiosamente, la mayoría de las
personas que acuden a terapia manifiestan que se sienten mejor cuando empiezan
a hablar de ello. Esto ocurre no porque piensen sobre el pánico de una manera
determinada sino porque su punto de vista o perspectiva cambia. En terapia
describen el ataque de pánico desde el punto de vista de un observador en lugar
de desde el punto de vista de una víctima (o sufridor).
Este es un primer paso. El
siguiente paso es exponer a la amígdala a las sensaciones físicas, los
pensamientos y los sentimientos y responder al pánico de manera diferente. No
se puede pretender decirle algo a la mente y esperar que tenga efecto. Intentar
pensar algo o creerlo porque nos conviene no hará que el miedo desaparezca. La
mente tiene que saber que es cierto por su propia experiencia.
Comentarios
Publicar un comentario